El confinamiento que estamos viviendo ha hecho que muchos busquemos en la cultura una vía de escape. Los libros, la música o el arte son empleados para cruzar fronteras sin movernos del sitio. Y no hay mejor provecho que descubrir nuevos artistas para distraernos y, en más de un caso, añadirlos a nuestra lista de favoritos.
Hoy hablaremos de un pintor que seguramente no conozcan pero que forma parte indiscutible del panorama artístico insular: Alfredo Sánchez Fleitas. Nace un 18 de julio de 1964 (Tafira Baja, Gran Canaria) y desde muy temprano descubre que el dibujo le suponía una ventana indispensable para poder respirar. A finales de los 70 se matricula en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Gran Canaria, continuando su formación con talleres en el Círculo Cultural Tamadaba o la Galería de Arte Otres. Pero como él mismo reconoce su gran influencia formativa vino de la mano de la pintora Adriana Nazca.
Lo que resulta indiscutible es que Alfredo Sánchez desde un principio se construyó una identidad propia y un sello inconfundible que ha mantenido fielmente a lo largo de los años. Como todo verdadero pintor ha experimentado épocas de desafección hacia el mundo del arte y otros en los que pinceles y óleos han salvado su vida. Lo importante es que pese a lo duro que es ser pintor en Canarias nunca ha olvidado la semilla artística con la que fue dotado por algún dios o ser extraño.
A Sánchez debemos situarlo por mérito propio en el género surrealista y hacerlo junto a Paco Juan Déniz o Julio Viera, principales surrealistas contemporáneos en Canarias. Cada uno de ellos ha sabido adaptar el estilo a su singularidad con una única condición: la ausencia de límites. Resulta irónico cómo la única norma para el surrealismo es precisamente no tener normas.
Alfredo siente la necesidad creativa de situarse en un surrealismo crítico, ácido, irónico, sarcástico o políticamente incorrecto. Pero bajo todos esos adjetivos subyace una poesía justa y ética que nos hace entender que el artista solamente persigue una sociedad universal que sea libre, igualitaria y fraternal. Cuando muestra uno de sus cuadros no puede evitar hacerlo con el temor del grito desesperado pero con la mirada pura de un niño.
La inmigración, el heteropatriarcado, el poder tiránico, la violencia, la religión, las suciedades sociales, la opresión cultural, etc., son algunos de los temas que suelen frecuentar los lienzos del surrealista. Muchas veces los acompaña de títulos rabiosamente irónicos como Penepolandya Circus, El hijo del conde y El libre pensador o Dolor y pasión lésbica y Los huevos de Colón.
Una gran parte de su producción es acrílica aunque en su última vuelta al noble oficio se ha empleado de lleno con el óleo. Suele partir de un mismo modus operandi que consiste en plasmar un fondo cromáticamente homogéneo, en el que se van desarrollando pequeñas escenas, logrando que todas confluyan en un mismo sentido con la última pincelada. Otra característica técnica es el uso de caballete y trazado a mano alzada, no emplea boceto previo ni recurso visual de apoyo, de esa manera se obliga a pensar sobre aquello que pinta.
En los cuadros de este gran surrealista también encontramos una constante evocación al entorno insular y su geografía. Desde los suelos áridos y terrosos, los cielos limpios y azules, o incluso aquellos calimosos, hasta elementos naturales como el Roque Nublo o el Bentayga. Y es que Alfredo siente un vínculo indisoluble con la naturaleza del medio en la que logra cobijo lejos de la disruptiva urbe.
Ha realizado exposiciones en diversos espacios culturales como la Galería de Arte Otres, el Gabinete Literario, el Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife, el Museo de Historia de Agüimes, la Sala Lola Massieu, el Club de Prensa La Provincia, el Real Casino de Santa Brígida, el Colegio de Abogados de Las Palmas o la Tasca Rafia en Vecindario.
Pero lo mejor para conocer la obra de Alfredo Sánchez es observarla desde una perspectiva sincera y pura, alejada de los metales profanos que nos suelen acompañar, pues el autor crea sin pretensiones ni recompensa, sólo y únicamente desde la necesidad de sentirse un hombre libre.
Néstor García Rodríguez